Declaraciones del Presidente por el Día de los Veteranos
THE WHITE HOUSE
Oficina del Secretario de Prensa
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Para publicación inmediata 11 de noviembre, 2009
DECLARACIONES DEL PRESIDENTE POR EL DÍA DE LOS VETERANOS
Anfiteatro de Conmemoración
Cementerio Nacional de Arlington
Arlington, Virginia
11:33 A.M. EST
EL PRESIDENTE: Muchas gracias. Gracias. Por favor, tomen asiento.
Gracias, secretario Shinseki, por la amable presentación, y lo que es más importante, por su extraordinaria valentía en el servicio de nuestro país, tanto dentro como fuera de batalla. Quiero agradecer al Vicepresidente Joe Biden y a su maravillosa esposa, la Dra. Jill Biden, por su presencia. Queremos agradecerles también a los Biden por los servicios que presta su hijo Beau; nos alegra que haya regresado de Irak hace poco.
Quiero expresar mi especial agradecimiento al general de brigada Karl Horst, comandante del distrito militar de Washington, por su presencia y por toda una vida de servicios distinguidos a nuestra nación. A Gene Crayton, presidente de Veteranos Paralizados de Estados Unidos (Paralyzed Veterans of America), gracias por estar aquí. Y a todas las organizaciones que prestan servicios a veteranos, por su extraordinaria labor, todos y cada día, a favor de los héroes de nuestra nación.
A los miembros de nuestras Fuerzas Armadas y a los veteranos que están presentes hoy: Es un gran honor y un orgullo pasar el Día de los Veteranos con ustedes en este sagrado lugar donde descansan generaciones de héroes, y generaciones de estadounidenses han venido a demostrar su gratitud.
Este cargo conlleva muchos honores y responsabilidades. Pero el más sublime es ser Comandante en Jefe. Ayer, visité a las tropas en Fort Hood. Nos reunimos para recordar a quienes perdimos recientemente. Le rendimos homenaje a la vida que llevaron. Y hubo algo que vi en ellos; algo que veo en la mirada de todo soldado y marino, aviador, infante de Marina y guardacostas que he tenido el privilegio de conocer en este país y en todo el mundo, y ese algo es determinación.
En estos tiempos de guerra, nos reunimos aquí conscientes de que la generación que hoy está prestando servicios ya merece un lugar junto a generaciones previas por la valentía demostrada y los sacrificios realizados. En una era en la que tantos actuaron sólo en defensa de sus propios y egoístas intereses, ellos eligieron lo contrario. Escogieron servir a la causa superior a ellos mismos, muchos incluso cuando sabían que los iban a enviar a lugares donde su vida correría peligro. Y la mayor parte de esta década han tolerado campaña tras campaña en lugares distantes y difíciles; y nos han protegido del peligro y les han dado a otros la oportunidad de una vida mejor.
Así que a todos ellos, a nuestros veteranos, a los caídos y a sus familiares: ningún homenaje, ninguna conmemoración, ningún elogio realmente está a la par de la magnitud de sus servicios y sus sacrificios.
Éste es un lugar donde es imposible no conmoverse por esos sacrificios. Y en este mismo instante que nos reunimos aquí esta mañana, la gente se está congregando en todo Estados Unidos, no sólo para expresar el sentimiento de una nación agradecida, sino también para contar historias que merecen ser escuchadas. Son historias de guerras cuyos nombres han definido eras, batallas que resuenan en la historia. Son historias de patriotas que se sacrificaron en pos de una unión más perfecta: de un abuelo que marchó a través de Europa; de un amigo que peleó en Vietnam; de una hermana que prestó servicios en Irak. Son historias de generaciones de estadounidenses que dejaron su hogar siendo poco más que muchachos y muchachas, se hicieron hombres y mujeres, y retornaron como héroes.
Y cuando regresaron estos estadounidenses que dedicaron la vida a defender este país, muchos optaron por una vida de servicio, por hacer de toda su vida una campaña de servicio. Muchos optaron por llevar una vida tranquila, y cambiaron su uniforme y un conjunto de responsabilidades por las de otro oficio: médico, ingeniero, maestro, mamá, papá. Compraron casa, criaron a sus hijos, montaron negocios. Desarrollaron la más impresionante clase media que el mundo ha conocido. Algunos guardaron sus medallas, jamás se jactaron de los servicios prestados y reanudaron su vida. Otros con esquirlas y heridas descubrieron que no podían hacerlo.
Decimos que éste es un día festivo. Pero para muchos veteranos es otro día de recuerdos que los llevan a vivir todos los días de la mejor manera posible. Para nuestros soldados, es otro día de peligros. Para sus familias, es otro día en que sienten la ausencia de un ser querido y de preocupación por su seguridad. Para nuestros combatientes heridos, es otro día de lenta y agobiante recuperación. Y en este cementerio nacional, es otro día en que el dolor sigue a flor de piel. Entonces, aunque es justo y necesario conmemorar este día, es mucho más importante pasar el resto de nuestros días decididos a cumplir con las promesas que les hemos hecho a todos aquellos que respondieron al llamado de este país.
Grabadas en el mármol detrás de mí están las palabras de nuestro primer Comandante en Jefe: "Cuando asumimos (la función) de soldado, no descartamos la de ciudadano”. Así como las contribuciones que nuestros hombres y mujeres en las Fuerzas Armadas han hecho a esta nación no se acaban cuando se sacan el uniforme, tampoco concluyen nuestras obligaciones para con ellos. Y cuando cumplimos con esas obligaciones, no sólo estamos haciendo lo que les prometimos a nuestros veteranos; estamos cumpliendo con los ideales de servicio y sacrificio sobre los cuales se fundó esta república.
Si somos sinceros con nosotros mismos, admitiremos que ha habido ocasiones en que nuestra nación ha violado ese compromiso sagrado. Nuestros veteranos de Vietnam actuaron muy honorablemente. Pero en muchos casos, a su retorno encontraron, en vez de gratitud o apoyo, rechazo y negligencia. Eso es algo que nunca debe volver a suceder. A ellos y a todos los que se han puesto al servicio del país, en cada batalla, en cada guerra, les decimos que nunca es demasiado tarde para darles las gracias. Rendimos homenaje a sus servicios. Les estamos eternamente agradecidos. Y así como ustedes no han olvidado a sus compañeros caídos, nosotros jamás lo haremos. Los hombres y mujeres de las Fuerzas Armadas han dado lo mejor por Estados Unidos durante muchas generaciones. Y mientras yo sea Comandante en Jefe, Estados Unidos les dará lo mejor de sí.
Ése es mi mensaje a los veteranos hoy. Ése es mi mensaje a todos los que prestan servicios bajo condiciones peligrosas. A los esposos y esposas en casa que hacen la labor de dos padres. A los padres que ven a sus hijos e hijas irse a la guerra, y a los hijos que se preguntan si mamá y papá regresarán. A todos los combatientes heridos y a las familias que han enterrado a un ser querido. Estados Unidos no los defraudará. Velaremos por los nuestros.
Y a los militares en lugares lejanos hoy, cuando su campaña concluya, cuando vean nuestra bandera, cuando toquen nuestra tierra, estarán en casa, en un Estados Unidos que estará a su disposición para siempre, así como ustedes lo estuvieron para nosotros. Ésa es la promesa que yo y la promesa que nuestra nación les hacemos.
Hace exactamente noventa y un años, los campos de batalla de Europa quedaron silenciosos al finalizar la Primera Guerra Mundial. Pero no conmemoramos este día, año tras año, como una celebración de la victoria, por más orgullo que sintamos por esa victoria. Conmemoramos este día como un homenaje a quienes hicieron posible la victoria. Es un día para recordar a los valientes hombres y mujeres de esta joven nación –muchas generaciones de ellos– quienes por encima de todo creyeron y lucharon por un conjunto de ideales. Debido a lo que hicieron, nuestro país aún existe; los principios de nuestra fundación aún brillan; países por todo el mundo que alguna vez conocían solamente el temor ahora conocen los frutos de la libertad.
Es por eso que luchamos, con la esperanza de que algún día ya no tengamos que hacerlo. Y es por eso que nos congregamos en estas conmemoraciones y recordatorios de guerra: para volver a comprometernos con el arduo trabajo de la paz.
Pronto llegará el día en que esta generación de hombres y mujeres de las Fuerzas Armadas dejen el uniforme. Se dedicarán a sus familias y a su propia vida. Dios mediante, llegarán a la vejez. Y algún día, sus hijos y los hijos de sus hijos se congregarán aquí para rendirles homenaje.
Gracias. Que Dios los bendiga. Y que Dios bendiga a Estados Unidos de Norteamérica. (Aplausos.)
END 11:44 A.M. EST